viernes, 11 de mayo de 2018

Follar ante notario

Daniel Rodríguez Herrera analiza la irracionalidad a la que se está llegando con las "políticas de identidad" (importadas de EEUU), centrándose en la cuestión sexual instigada por el feminismo radical (que se ha convertido en el feminismo de hoy en día). 

Artículo de Libertad Digital: 
David Alonso Rincón
La ventaja del vicio que tengo por la política norteamericana es que, cuando aquí empiezan a copiar lo malo que produce, que es mucho, llevo ya años siguiéndolo en su fuente original. Así que no me ha sorprendido demasiado el rapidísimo cambio que ha dado el discurso feminista en España tras la sentencia de La Manada: de centrar el tiro en el maltrato doméstico ha pasado a poner el punto de mira en los delitos contra la libertad sexual. Es alrededor de la llamada "cultura de la violación" donde siempre se han movido las feministas yanquis, de modo que sólo era cuestión de tiempo que las de aquí, a las que aún espero alguna idea que no sea importada, se movieran en esa dirección.
El feminismo y el conjunto de las llamadas "políticas de identidad" se han convertido en el refugio de la izquierda americana desde que abandonó a los trabajadores pobres y pasó a centrarse en los progres de clase media y alta. Generalizaron la dialéctica marxista, reduciendo la sociedad a una lucha entre opresores y oprimidos, siendo los primeros los hombres blancos cristianos heterosexuales y los segundos, las mujeres, las minorías raciales, los musulmanes, los homosexuales y la adquisición más reciente: los transexuales. Llamaron "interseccionalidad" a la interacción entre distintos ejes de opresión, pero que se sepa aún no han encontrado la fórmula matemática que te permita obtener tu posición en la escala de opresiones, así que no sabemos si una mujer negra hetero está más o menos oprimida que un transexual musulmán. Lo que sí han dejado claro ya es que cualquier acusación del oprimido contra el opresor es cierta y que el oprimido no puede ser culpable de nada de lo que haga contra el opresor, porque estará justificado por la mera existencia de dicha opresión.
Bajo ese marco de pensamiento, por llamarlo de algún modo, se entienden muchas cosas. Que te digan que un negro nunca puede ser racista porque los negros no tienen el poder. Que las mujeres que dicen que todos los hombres son violadores no son sexistas. Que los calificados como "opresores" no tengan derecho a hablar porque lo suyo no es libertad de expresión sino delito de odio. O que será delito sexual todo aquello que una mujer decida que lo es. Lo hemos visto estos días con el caso del cantante Mikel Izal, a quien se ha linchado por acosador sexual por meterle fichas a sus fans y pasar de ellas si no se dejaban llevar al huerto. Y uno que pensaba que acosar era insistir cuando el otro no quería desde una posición que te permite tomar represalias ante una negativa; ahora es eso y lo contrario, dependiendo de lo que las oprimiditas y sus aliados emasculados decidan. Y el caso es que Izal se lo merece, porque es el típico progre idiota que ha apoyado todas las causas y linchamientos feministas imaginables, hasta que le ha tocado a él. Pero que ahora sea un escándalo y un comportamiento inadmisible que un cantante intente tirarse a sus fans es ridículo para cualquier mente que no haya descendido por los abismos de la locura... o de la ideología, que a veces se le parece mucho.
En California, y en breve en Suecia, será violación toda relación sexual en la que la mujer no haya dado un consentimiento verbal a cada paso del proceso. Y por todo Estados Unidos se está condenando a jóvenes universitarios a la expulsión y a una mancha imborrable que les acompañará toda su vida en cada solicitud y en cada empleo, la de violador, porque una compañera declara que lo es, sin ningún tipo de garantía jurídica, presunción de inocencia o asistencia letrada. Por eso han ido apareciendo a lo largo de los últimos años distintas apps, como We-Consent, destinadas a documentar el consentimiento, y hasta en España un abogado intentó hacer lo mismo, hasta que las feministas montaron un escándalo y obligaron a su retirada. Porque ¿y si se da el consentimiento a través de la app y luego viene el arrepentimiento? Parece que lo que quieren es que cada vez que follemos tenga que haber un notario presente desde el principio hasta el final, documentando todo el proceso. Luego, cuando haya una denuncia contra algo verdaderamente denunciable, se extrañarán de que nos lo tomemos con escepticismo. Pero es justamente eso lo que siembran.

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