martes, 20 de marzo de 2018

Tiempos modernos. El soma no era una pastilla

Luís I. Gómez analiza la analogía de la "democracia" actual con la novela "Un mundo feliz" de Aldous Huxley. 

Artículo de Desde el Exilio: 
En la novela de Aldous Huxley “Un mundo feliz” se dice que un gramo de soma cura diez sentimientos melancólicos, no tiene efectos secundarios y el Estado es el encargado del reparto de esta sustancia para controlar las emociones sentidas por los miembros de la comunidad con el fin de mantenerlos contentos, factor necesario para no poner en peligro la estabilidad social. Permítanme que les diga que no, que el soma no era una pastilla, y que estamos atiborrados de eso que voy a llamar “felicidad estatal”, gracias a una herramienta mucho más sutil: la democracia pervertida.
La democracia debería ser una forma incómoda de estado. Incómoda para los ciudadanos, obligados a informarse y participar activamente en la vida socio-política de su estado si quieren coparticipar de forma responsable en la toma de decisiones. Ello supone, pero, una gran inversión de tiempo y un profundo sentido de la responsabilidad. Más incómoda debería ser para los gobernantes. El ciudadano vota a sus representantes, puede retirarles su confianza, incluso en algunos casos podría decidir directamente sobre las leyes.
No necesito decirles que eso no es así. Ni parecido.  Consultar al ciudadano entorpece frecuentemente la acción de los gobernantes y resta flexibilidad a la acción de gobierno. Es preferible gobernar súbditos sumisos y temerosos que ciudadanos conscientes de su responsabilidad. Por ello es necesario convertir al pueblo en una masa voluntariosa de siervos, con todos los derechos sobre el papel, pero incapaces de reclamarlos como suyos. Para ello se ha de desarmar al ciudadano. En sentido real y figurado. Sin armas y sin voz. Los hombres desarmados caen en la indefensión, son temerosos y acuden al Estado buscando la solución a sus miedos. La receta de este “Soma” posmoderno es sencilla:
  • Hay que mantener un cierto nivel de intensidad en la amenaza: los criminales son convertidos en pacientes, indultados, reinsertados, apenas encerrados.
  • Hay que mantener un cierto nivel de incertidumbre: las leyes cambian con los ganadores en cada legislatura, los principios constitucionales se acotan con reglamentos liberticidas, la libertad para educar ciudadanos libres se limita con adoctrinamiento, se prolongan los períodos legislativos y no se pregunta nunca al ciudadano, cada vez más ocupado con sus miedos, más acostumbrado a elegir unas siglas que un quién, una idea fútil que un programa que jamás lee. Cada cuatro años.
Hemos llegado allí donde ellos querían tenernos: la felicidad obediente. Temerosos, inseguros de nosotros mismos consentimos, incluso aplaudimos cualquier medida encaminada a la construcción de un “todo va bien” ficticio. Refugio de ciudadanos indefensos, cueva húmeda y lúgubre en la que apenas penetra la luz de la libertad. Videovigilancia en las calles, en los correos de internet, en las lineas de teléfono, adoctrinamiento ideológico en las escuelas, en los medios de comunicación. Y propaganda del miedo: terrorismo, cambio climático, balcanización de un país. Nos ponemos en manos del estado en la esperanza de ganar seguridad, inconscientes de que vendemos para ello nuestra libertad. Aceptamos vivir en nuestras “cárceles-cuevas” rodeados de cámaras, de verjas, de sistemas de alarma, encerrados en nuestro miedo mientras los criminales, los terroristas, los liberticidas nos acechan -libres- como lobos. Somos las ovejas en el redil. Hemos olvidado que somos nosotros quienes hemos de decidir quién nos representa, quién administra lo que decidimos poner en común, cómo lo administra, para qué lo administra. Y no cada cuatro años, o cada ocho. Todos los días. Hemos olvidado que somos nosotros los responsables primeros de nuestra propiedad privada, de nuestras vidas, de las vidas de nuestros hijos, de nuestros vecinos. Hemos olvidado que la defensa de la vida de otro puede costar la nuestra.
No es necesario recurrir a ninguna pastilla, no hace falta una nueva revolución. Nosotros, con nuestro miedo, nos hemos encargado de ello. Hemos permitido que nos desarmen, que nos quiten la voz firmando una capitulación irreversible.

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