lunes, 15 de enero de 2018

¿Quién creó la burbuja inmobiliaria?

Juan R. Rallo analiza el origen y responsabilidades de la burbuja inmobiliaria en España, a raíz de las acusaciones mutuas entre los tres ministros de economía durante dicho periodo (Rato, Solbes y Salgado), tan importante de recordar para dilucidar mentiras y no repetir errores. 

A su vez, recoge dos breves análisis sobre el nuevo record de turistas y sobre la tasa de actividad en España. 
Artículo de La Razón:
Pedro Solbes, Elena Salgado y Rodrigo Rato han comparecido esta semana en el CongresoPedro Solbes, Elena Salgado y Rodrigo Rato han comparecido esta semana en el Congreso
Las comparecencias de Rodrigo Rato, Pedro Solbes y Elena Salgado en el Congreso de los Diputados a lo largo de esta semana nos han dejado un cruce de acusaciones recíprocas: Solbes responsabilizó a Rato de haber inflado la burbuja inmobiliaria y a Salgado de adoptar medidas equivocadas durante su pinchazo; Salgado recriminó a Solbes el no haber sabido frenar a tiempo la burbuja; y Rato acusó a ambos de una mala administración de su legado. Así pues, según quién nos relate la historia, todos aparecen como culpables e inocentes de haber creado la burbuja inmobiliaria. ¿Pero quién de todos ellos lo hizo?
Lo cierto es que ni los gobiernos del PP ni los del PSOE fueron los verdaderos responsables de generar la burbuja de precios de la vivienda. El origen de la misma cabe buscarlo en el torrente de crédito barato que invadió la economía española entre 2001 y 2007, el cual se transformó en préstamos hipotecarios primero (familias endeudándose para comprar inmuebles a tipos de interés bajos) y en préstamos promotores después (empresarios endeudándose para construir más inmuebles que seguir vendiendo a las familias hipotecadas).
Ni la pésimamente denominada «liberalización» del suelo de 1997 (aplastada por el Tribunal Constitucional en 1998 y jamás implementada por autonomías y corporaciones locales) ni las desgravaciones fiscales a la compra de vivienda (poco relevantes en medio de otros muchos impuestos que ya entonces penalizaban la compraventa y tenencia de inmuebles) fueron los desencadenantes del sostenido encarecimiento del ladrillo en nuestro país. Sí lo fue, repito, la laxitud crediticia de la banca que permitió multiplicar la demanda de inmuebles a precios crecientes.
Pero, ¿quién estuvo detrás de esa laxitud crediticia que, en última instancia, generó la burbuja inmobiliaria? La política monetaria excesivamente expansiva que implementó el Banco Central Europeo durante esos mismos años. A partir de 2002, el BCE bajó sus tipos de interés a mínimos históricos (los mantuvo durante dos años al 2%) y ello permitió que la banca privada aumentara notablemente su provisión de financiación barata al sector privado. Sin el BCE y su desnortada política monetaria, las entidades financieras patrias jamás podrían haber regado de préstamos a familias y empresas, con lo que no habría sido posible crear la consiguiente burbuja.
Lo anterior no significa, empero, que PP y PSOE se comportaran responsablemente durante los años del boom inmobiliario. Ambas administraciones se emborracharon con el continuado incremento de la recaudación tributaria que experimentamos merced a la bonanza artificial: y así, entre 2001 y 2007, el gasto público aumentó un 56%, lo que en última instancia condenaría a nuestro país a padecer una profunda crisis fiscal a partir de 2008. En lugar de mantener una administración pública austera capaz de navegar a través de las procelosas aguas de la recesión, PP y PSOE (especialmente el PSOE de Zapatero) gestaron un Estado hipertrofiado que a punto estuvo de llevarnos a la quiebra durante los años posteriores.
Recordar los hechos acaecidos hace más de una década no sólo es importante para dilucidar qué mentiras nos han contado durante estos días los tres anteriores ministros de Economía de España. También es importante para no repetir en estos momentos los mismos errores del pasado: en el actual contexto de relajación crediticia y de crecimiento económico, no deberíamos ni volver a apalancarnos de manera insostenible ni a disparatar de nuevo el tamaño de nuestro sector público.
¿Próxima subida de tipos?
El actual clima de bajos tipos de interés vigente en la eurozona debe terminar. Así parece haberlo entendido el presidente del Bundesbank, Jens Weidmann, quien hace unos días manifestó públicamente su deseo de «poner ya una fecha para el fin de la compra de deuda». Así parecen haberlo entendido también el resto de los miembros del Consejo de Gobierno del BCE, quienes en su última reunión acordaron ir preparando a los mercados para la conclusión de las monetizaciones de deuda. Y así parece haberlo entendido la comunidad de inversores en divisas, los cuales han impulsado el tipo de cambio entre el euro y el dólar a su nivel más elevado en los últimos tres años. Todos parecen coincidir en que debemos avanzar hacia una normalización monetaria: del mismo modo que la Reserva Federal estadounidense ya ha iniciado la senda alcista de tipos, el BCE ha de hacer lo propio para minimizar los riesgos de que se genere una nueva burbuja dentro de la economía europea.
Récord histórico de turistas
El cambio de modelo productivo vivido por la economía española durante los últimos años se ha basado en una mejora continuada de nuestra competitividad. Gracias a ella, exportamos más e importamos menos, lo que nos permite ir amortizando nuestro (todavía muy elevado) endeudamiento exterior. Probablemente, una de las manifestaciones más evidentes de esa mejora de nuestra competitividad sea el notable crecimiento del número de turistas que visitan nuestro país, el cual también se ha vuelto más atractivo a la hora de proporcionar servicios de alojamiento y ocio a los extranjeros. Así las cosas, a lo largo de 2017, 82 millones de turistas extranjeros escogieron España como destino vacacional: por primera vez, superamos a EE UU, segundo país en el ranking mundial en 2016, y nos quedamos muy cerca de hacerlo con Francia, primer país en el ranking. A este ritmo, es muy probable que devengamos primera potencia turística mundial a lo largo de 2018: al menos, si no comenzamos a adoptar medidas políticas dirigidas a repeler a los turistas.
La tasa de actividad, en declive
La renta agregada de un país depende de dos factores: el número de personas con empleo y la productividad de cada una de esas personas. A su vez, el número de trabajadores existente en una sociedad depende de la cantidad de individuos entre 15 y 65 años que buscan activamente una ocupación: es lo que se denomina técnicamente «tasa de actividad». A mayor tasa de actividad, mayor renta agregada; a menor tasa de actividad, menor renta agregada. En estos momentos, la tasa de actividad de España se ubica en el 58,3%, pero el progresivo envejecimiento de la población terminará lastrándola durante los próximos lustros. El propio Banco de España acaba de alertar de este cercano riesgo que, por necesidad, impactará negativamente sobre nuestro crecimiento económico. Las únicas formas de contrarrestar este notable contratiempo serán o mediante una mayor inmigración o mediante una mayor productividad de los trabajadores en activo. Y para mejorar la productividad necesitaremos de más inversión en capital físico, humano y tecnológico: tres asignaturas en las que todavía necesitamos mejorar.

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