viernes, 15 de septiembre de 2017

Capitalismo y justicia distributiva

Javier Milei analiza la cuestión de la justicia en el sistema capitalista de libre mercado, tan enormemente incomprendida y malinterpretada, al no entender su naturaleza y funcionamiento, en gran parte por la incorrecta teoría neoclásica de "información perfecta". 
Un tema, mucho más desarrollado y explicado en obras de Jesús Huerta de Soto (por ejemplo en "Socialismo, cálculo económico y función empresarial") o Israel Kirzner ("Competencia y empresarialidad" o fundamentalmente "Creatividad, capitalismo y justicia distributiva"). 

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Probablemente ningún otro aspecto moral del capitalismo como el vinculado a la justicia de la economía de mercado ha provocado controversias tan amargas ni despertado emociones tan violentas. Los críticos del capitalismo denuncian a este sistema como explotador, y la razón por el la cual es despreciado en gran parte del mundo es precisamente que muchos lo ven como un sistema levantado sobre la injusticia, como si ello fuera una de sus características esenciales y definitorias. En gran medida, es por esa violenta antipatía hacia el capitalismo y el supuesto de su pretendida injusticia, por lo que en ningún país moderno se ha permitido que éste sistema florezca dentro de sus fronteras sin imponerle restricciones.

Sin embargo, los juicios morales que se hacen sobre el capitalismo yerran por no haber acertado en comprender adecuadamente la naturaleza y la forma de operar del sistema capitalista. En este sentido, las críticas al sistema parten, en mayor o en menor medida, de considerar que la información es algo objetivo (dada de modo perfecta), por lo que es posible hacer análisis costo-beneficio sobre la misma.
Así, al poner el énfasis en la completitud del conocimiento que poseen los participantes en el mercado, resulta razonable tratar el producto agregado (la torta) como algo definido. El tamaño y composición de esta torta agregada no se descubren sino que, en este planteamiento, se encuentran ya implícitos en las dotaciones de recursos, preferencias y posibilidades tecnológicas, que son los datos del sistema para un momento dado. Así, la producción de tal torta agregada se considera inevitable para unos datos de partida determinados, ya que el resultado de cada decisión de compra, venta o producción viene completamente determinado por estos parámetros profundos.
Tales resultados son, para cada decisor, aquel conjunto (de factores o productos) que ocupa la mejor posición en la jerarquía entre las distintas alternativas que respectivamente se derivan de un conjunto de precios y unas restricciones presupuestarias conocidas por adelantado. Así, el mercado aparece en este planteamiento no sólo como productor de una torta social, sino también y al mismo tiempo como el que corta las porciones y las reparte entre los distintos individuos. El mercado se ve como a un distribuidor del producto social entre sus participantes, y su justicia o injusticia se liga con la justicia o injusticia de los criterios de distribución de ingresos. 
Sin embargo, estas críticas carecen de sentido por dos cuestiones. Por un lado, en la distribución capitalista no existe una entidad central que sea responsable de cortar y repartir la torta, ya que los ingresos se determinan impersonalmente como resultado de la interacción de los innumerables participantes en el mercado. Nunca hay una torta entera que después sea cortada y repartida. Los bienes no se producen primero y luego se distribuyen. La obtención de los ingresos individuales y el proceso mediante el cual se determinan el tamaño y composición de la supuesta torta son simultáneos. De hecho, el tamaño y composición de la torta dependen de los criterios de distribución de ingresos tanto como éstos dependen de aquéllos.
Por otro lado, no tienen nada de automáticos o predeterminados los esfuerzos productivos desplegados en una economía de mercado. Los productos no fluyen automáticamente a partir de los factores (un automóvil no está implícito en el acero y en el trabajo incorporado), sino que son los dueños de los recursos los que descubren el potencial productivo que en ellos reside y de modo deliberado ponen manos a la obra para lucrar con sus descubrimientos. 
Desde esta concepción, los recursos no están dados, sino que tanto los fines como los medios son continuamente ideados y concebidos ex novo por los empresarios. Así, el producto agregado de una nación, un producto cuyos elementos han sido uno por uno descubiertos, no debe ser considerado como una torta que, simplemente, está ahí; sino, antes bien, como una torta que ha sido encontrada: como una torta agregada descubierta. Entonces, si los fines, los medios y los recursos no están dados, sino que continuamente están creándose de la nada por la acción empresarial del ser humano, resulta claro que el planteamiento ético fundamental deja de consistir en cómo distribuir equitativamente lo existente, pasando más bien a concebirse como la manera conforme a la naturaleza humana de fomentar la creatividad.
Por lo tanto, partiendo del caso en que todo ser humano tenga el derecho natural a los frutos de su propia creatividad, no sólo porque, de no ser así, estos frutos no actuarían como incentivo capaz de movilizar la perspicacia empresarial y creativa del ser humano, sino porque además se trata de un principio universal capaz de ser aplicado a todos los seres humanos en todas las circunstancias concebibles, ello hace que desde esta perspectiva el sistema capitalista ahora no sólo es más productivo sino que además es el único éticamente justo.

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