miércoles, 7 de junio de 2017

¿Por qué nos atacan?

Y es que efectivamente, como vengo diciendo desde hace muchos años, este problema iba a ir in crescendo y los atentados aquí iban a ser la norma. Y por supuesto, las razones simplistas y tergiversadoras de la realidad que se suelen aludir (respuesta a la guerra, las colonias...) se caen por su propio peso con un mínimo análisis. 


Basta simplemente por comprobar que los ataques son indiscriminados en todo el mundo y a todas las culturas y razas, incluso religiones. Da igual, que hayan sido colonias en el pasado o no, que sean Europeas o no, que sean blancos o negros, cristianos o no. La guerra de la yihad es global y su intención es el sometimiento del mundo entero a la sharia bajo un califato único. De hecho es fácil comprobar cómo la mayoría de víctimas son los propios musulmanes (por las distintas facciones religiosas que intentan imperar). 
La simplicidad en las respuestas de muchos "tontos útiles" en Occidente (pretendiendo responsabilizar a las propias victimas del terror) les hace un flaco favor a las propias victimas, yerra en su diagnóstico, dota de razones a los terroristas e insufla de radicalidad y odio a nuevos (nuevas generaciones), agravando el problema. 
Mirar a otro lado, ceder al chantaje e ir cediendo y sometiéndose para "no provocar" y que no hagan nada, o negar sencillamente el problema (y todo ello se está haciendo hoy, empezando por las autoridades) lejos de solucionar el problema, lo agrava en el tiempo, haciendo cualquier solución mucho más dificil y grave. 

Fernando Díaz Villanueva analiza el motivo de por qué nos atacan los islamistas. 
Artículo de su página personal: 
Los atentados terroristas en diferentes puntos de Europa de los dos últimos años están todos unidos por un hilo común: una mutación especialmente criminal de un virus, el islamista, que ya conocíamos. Ahora es Londres, ayer fue Manchester, anteayer Berlín, Bruselas, París o Niza. Mañana será otra ciudad o las mismas, pero todos coinciden en que ser, será. Lo que no se sabe es ni cuándo ni cómo porque al enemigo no es ya que no le veamos, es que puede ser casi cualquiera de entre los miles de musulmanes radicalizados que pululan por las principales ciudades de Europa.
Desde el segundo de los grandes atentados de esta ola terrorista, el de la sala Bataclan de París en noviembre de 2015, se viene diciendo que Occidente está en guerra contra el islamismo. Es cierto. Pero no es ninguna novedad. Occidente lleva en guerra contra el islamismo desde hace mucho tiempo. Lo único reseñable en estos dos últimos años es que esta guerra se ha recrudecido y adoptado una nueva forma. No es una guerra que hayamos declarado nosotros. Nos la han declarado. Eso no nos exime de tenerla que librar. Tampoco es una opción hacer como que no existe porque sería sinónimo de perderla.
En esta guerra tan peculiar que no tiene ni frentes, ni divisiones, ni operaciones anfibias, ni nada de lo que solíamos considerar que formaba parte inexcusable de la guerra, la primera de las incógnitas que deberíamos despejar es por qué nos la han declarado: ¿por lo que somos o por lo que hacemos? Es una pregunta muy pertinente. Ellos dicen hacernos la guerra por ambas razones. Porque somos infieles y, por lo tanto, merecemos morir pero también porque supuestamente les hemos vejado y humillado sistemáticamente durante décadas.
De la primera no cabe mucha discusión, ellos mismos lo reconocen. La mera existencia de los cruzados ofende a Alá, por lo que deben -debemos- de ser eliminados o convertidos a la fuerza. De hecho, si mañana adoptásemos su credo y prestásemos obediencia al Estado Islámico los ataques terminarían. Con nuestra derrota, claro. Llegaría la paz sí, pero la de los cementerios.
La segunda es más opinable. Es obvio que los inocentes que han muerto en los sucesivos ataques terroristas jamás han hecho nada malo a los musulmanes. Pero ellos castigan en su gente a los Estados europeos de la misma manera que Hamas o Hezbolá asesinan israelíes por la calle pero culpan al Estado de Israel de haber agredido antes. Esta ofensiva yihadista que ahora padecemos en Europa presenta muchas semejanzas con las intifadas que llevan más de veinte años amargando la existencia de los ciudadanos de Israel, de todos, de los israelíes musulmanes también. A ellos también les atacan por lo que son, como atacan a los coptos o a los cristianos iraquíes, minorías religiosas a las que se puede culpar de cualquier cosa menos de haber sometido a los musulmanes de sus respectivos países.
Esta es quizá la razón última por la que la izquierda europea pasa de puntillas sobre las masacres de cristianos en Oriente Medio. Simplemente no pueden explicarlas. Para los atentados aquí siempre tienen el complejo de culpa preparado. Si atentan es porque antes agredimos nosotros. Una violencia reactiva que la izquierda española condensó en una frase que hizo gran fortuna tras la matanza del 11-M: “las bombas de Bagdad estallan en Madrid“. La frasecita de marras la estuvieron repitiendo como un mantra durante los años posteriores al atentado y todavía hay alguno que la saca del baúl de los recuerdos cuando se viene arriba. Si España participó en la guerra de Irak (que no lo hizo) era previsible que contraatacasen. Esa fue la coartada oficial y la causa última de los atentados. Algo similar sucedió con el atentado de Londres de julio de 2005.
A partir de aquí la máquina de explicarlo todo empieza a fallar. Francia ni intervino ni apoyó aquella guerra y a pesar de todo la atacan con saña. Los atentados en Francia los explican sobre su activa política exterior y su pasado colonial en el mundo árabe. A fin de cuentas Siria y el Líbano fueron protectorados franceses hasta los años 40. Algo malo hicieron y esto no es más que una vendetta a destiempo. Pero, ¿y Alemania? Alemania no entró en la guerra de Irak, se opuso a ella y batalló en los foros internacionales contra el castigo que George W Bush quería suministrar a Sadam Hussein. Tampoco fue una potencia colonial en el mundo árabe. Los alemanes administraron un pequeño imperio ultramarino durante unos pocos años, imperio que perdieron de una tacada tras la paz de Versalles hace ya un siglo. Jamás colonizaron un país de mayoría musulmana. Muy al contrario, tanto en la primera como en la segunda guerra mundial tuvieron a los musulmanes como aliados porque su enemigo principal, el Reino Unido, sí que estaba presente en la zona.
¿Por qué atentan entonces en Berlín, en Wurzburgo o en Reutlingen? No es, desde luego por lo que ha hecho la Bundesrepublik, sino por lo que son los alemanes. A Alemania no se la puede culpar de emplear drones o de practicar torturas en Irak. No se la puede culpar de ofensa alguna contra el Islam o los musulmanes pero le han declarado igualmente la guerra.
No lo pueden explicar y dan la callada por respuesta. Es una verdad incómoda, un estorbo que molesta y entorpece los análisis simplistas de la izquierda occidental, la misma que todo lo explica por una agresión previa, por la falta de diálogo o incluso, ya metidos de lleno en el delirio, por la influencia de los videojuegos violentos. Es en este punto donde Occidente está haciendo aguas. Porque, por más que se empeñen algunos, el Estado Islámico no es un movimiento de protesta, sino un califato con voluntad de conquista. Esa conquista luego la tratan de justificar sobre ultrajes reales o imaginados hacia los países musulmanes.
Este es el elefante en la habitación que muchos no quieren ver porque saben que el enemigo dispone de columnas en el interior listas para atacar en cualquier momento y casi en cualquier lugar. Ante este enemigo letal e invisible prefieren ponerse de perfil, rendirse de manera preventiva en la creencia de que así se olvidarán de ellos. El clásico apaciguamiento que no funcionó en los años 30 y tampoco funcionará ahora. Pero de un modo u otro, más tarde o más temprano, habrá que mirar a los ojos de la bestia y plantarle cara. La guerra (no convencional) se libra en dos frentes (no convencionales). De que los líderes europeos entiendan la naturaleza de la amenaza depende que esta se enquiste o desaparezca.

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