jueves, 21 de marzo de 2013

Chipre, o por qué la economía actual se basa en la credulidad. (Política, Economía. 1.342)

Muy interesante el artículo de Antonio España al respecto de la credulidad en la que se basa nuestro sistema financiero y la economía.

Y una de las citas con las que me quedo es su conclusión: "Lo que me maravilla es que aún haya quien pida más Estado, más intervención, más impuestos, más impresión de moneda, etc. En definitiva, más fe en los políticos y en un sistema económico diseñado a su conveniencia."

"Probablemente, les suene a ustedes un personaje muy conocido en el mundo anglosajón, llamado Humpty Dumpty. Con forma de huevo y rasgos humanos, protagoniza una rima infantil inglesa que, en apenas cuatro versos, nos cuenta cómo, tras caer desde lo alto de un muro, “ni todos los caballos, ni todos los hombre del rey” pudieron recomponerlo. Tratándose originalmente de una adivinanza, en la actualidad suele emplearse para transmitir la idea de que hay cosas que no se pueden reconstruir una vez que se han roto. Pues bien, con su intervención en el rescate a Chipre, los eurócratas y el FMI parece que han destruido la confianza de los europeos en la seguridad de los depósitos bancarios. A ver ahora cómo la recomponen.

Porque, por mucho que quieran disfrazarlo de impuesto a la riqueza e intentar venderlo con otro nombre, lo que se ha establecido en Chipre es un corralito en toda regla. Imagínense que tienen en su casa a unos ladrones rebuscando entre sus cosas a placer, mientras ustedes esperan en el descansillo, sin poder entrar a su hogar y sabiendo que dentro los están desplumando. ¿Cómo se sentirían? Pues así deben de sentirse los depositantes chipriotas, que no pueden acceder a sus ahorros en el banco desde el pasado viernes y aún no saben cuánto les van a requisar.

Aunque parece que ha quedado abierta la veda contra los depositantes, se antoja muy improbable que en España se imponga una medida similar a corto plazo. Tres son los motivos fundamentales: (1) el rescate a Chipre, con la clientela rusa de su sector bancario y las sospechas que penden sobre la isla como centro de blanqueo de dinero, tiene unas connotaciones geopolíticas que no se dan en el resto de países de la Eurozona; (2) el tamaño del sistema financiero de la isla permite ciertos experimentos, aunque sean con nitroglicerina, que no son planteables en el caso de España, que puede acabar con el euro en cuestión de horas; y, además, (3) hay importantes diferencias cualitativas en la estructura de los balances de los bancos españoles y chipriotas que condicionan las medidas para su recapitalización.

Ahora bien, aun cuando no es necesario que vayamos todos corriendo a sacar el dinero del banco, la experiencia de Chipre nos enseña unas lecciones que bien haríamos en no olvidar en el futuro.

La primera es que, con políticos de por medio, nunca hay nada garantizado. En efecto, recuerden que la deuda soberana era segura, hasta que dejó de serlo con el rescate a Grecia y el haircut forzoso a los tenedores privados de bonos helenos -que es lo que se ha llevado por delante a los bancos chipriotas, por cierto-. De igual forma, nos han venido repitiendo hasta la saciedad que, por debajo de 100.000 euros, los depósitos estaban asegurados en toda la Eurozona. Hasta que han dejado de estarlo este fin de semana con el rescate a Chipre.

Es decir, los políticos son especialistas en dibujar líneas rojas para posteriormente traspasarlas. Han acabado con la confianza -y a punto están de hacerlo con la paciencia- de los ciudadanos.
La segunda lección es la tremenda fragilidad de la propiedad privada. Nos levantamos cada mañana para ir a trabajar -los que tenemos la suerte de tener aún un empleo-, nos dejamos media vida en la oficina, en la fábrica, en la carretera, en el campo, etc. para acumular algo de ahorro con que proveer el futuro nuestro y el de nuestros hijos y, de repente, ¡zas! de un plumazo los políticos nos requisan el fruto de nuestro esfuerzo para cubrir los agujeros que han provocado con su gestión.

¿En qué momento acordamos concederles esa cantidad tan enorme de poder? ¿Pensábamos que estábamos libres del ¡Exprópiese! chavista? Pues es eso lo que han hecho en Chipre.

Y la tercera enseñanza que debemos extraer es la inestabilidad intrínseca del sistema económico que políticos, ingenieros sociales y economistas han diseñado, alterando los cauces naturales del proceso de mercado. En un mundo de políticos poco fiables, y a cuya merced nos encontramos sobre la base de una supuesta legitimidad democrática, toda la estructura productiva se asienta en un dinero que es ficticio y en un sistema financiero que es insolvente, ambos al albur del capricho político y de los juegos de alquimia de los economistas que le ofrecen el sustento teórico (Monetae Mutatione, "¡Por favor, dejen de manipular la moneda!", 20/9/2011 y "Acabemos con la reserva fraccionaria", 4/10/2011).

Seguramente, han oído más de una vez que la economía se basa en la confianza. Que la crisis es un problema de falta de esta, que en cuanto se recupere el crédito comenzará a fluir de nuevo, los empresarios volverán a invertir y crear empresas y los consumidores retomaremos nuestras ansias de comprar como si no hubiera un mañana. Pues bien, ¿saben qué les digo? Que más que en la confianza, la economía moderna se basa en la credulidad. Y episodios como el de Chipre nos enfrentan cruelmente a la realidad -al igual que los venezolanos sufrieron recientemente en sus carnes la realidad de una devaluación-.

Las transacciones comerciales hoy en día las realizamos porque creemos que el dinero que recibimos a cambio de nuestros bienes y servicios va a mantener su valor en el futuro cercano. Ahorramos en el colchón porque creemos que el dinero atesorado tiene un valor, aunque no sean más que papeles o bytes sin ninguna contrapartida material. Dejamos nuestro dinero depositado en el banco porque creemos que, vayamos cuando vayamos, vamos a poder recuperarlo y nadie va a negarnos lo que es nuestro.

Un sistema de libre mercado claro que requiere confianza. Es esencial tener la certeza de que se va a respetar la propiedad privada, de que no se van a cambiar las reglas del juego a medio partido y que los contratos, voluntariamente acordados, van a ser cumplidos por ambas partes. Y, por ello, son esenciales las instituciones que velan por que se cumplan estos requisitos.

Pero en el sistema intervencionista actual, no sólo hay que tener confianza; por lo que hemos visto, hay que tener además una fe infinita en el Estado. Y la cuestión no es que, una vez rota, “ni todos los caballos, ni todos los hombre del rey” puedan restaurar la confianza: la cuestión es que son precisamente los hombres del rey, esto es, los políticos y eurócratas, los que se empeñan una y otra vez en quebrarla.

Lo que me maravilla es que aún haya quien pida más Estado, más intervención, más impuestos, más impresión de moneda, etc. En definitiva, más fe en los políticos y en un sistema económico diseñado a su conveniencia."

Fuente: El Confidencial

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