jueves, 16 de febrero de 2012

Una nueva crítica a la permisividad y malcrianza en la educación de los niños, comparando EEUU con Francia. (Educación, Salud. 68)

Una nueva crítica a la educación permisiva por parte de una estadounidense residente en Francia, que critica la educación anglosajona cuestionando su niños“sobreprotegidos y malcriados” con los franceses, “civilizados y educados”:


"Si quieres educar bien a tus hijos, aprende de los franceses:
A Norteamérica le están saliendo disidentes culturales. En el 2005 la francoamericana Mireille Guiliano puso en solfa la salud y gastronomía yanquis en su best-seller French Women Don’t Get Fat (Las francesas no engordan) y más conocida como la ‘Madre Tigre’, la estadounidense de descendencia china Amy Chua, sembró la polémica el año pasado con su libro Madre Tigre, hijos leones (editorialtemas de hoy) donde cuestiona la permisividad y escasa exigencia del modelo educativo occidental y defiende en su lugar la estricta educación del método chino, que durante generaciones ha parido talentos excepcionales.

Ahora le toca el turno a la también estadounidense Pamela Druckerman, que en su recién publicado libro Bringing Up Bebe: One American Mother Discovers the Wisdom of French Parenting (Criando a un bebé: una madre estadounidense descubre la sabiduría de los padres franceses) compara la educación de los niños anglosajones, “sobreprotegidos y malcriados” con los franceses, “civilizados y educados”.

Del relato provocador de una madre como Chua, extremadamente estricta, que decide educar a sus hijas –Sophie y Lulu- en la excelencia y disciplina siguiendo al pie de la letra el inflexible método chino hasta Duckerman, madre de tres hijos, que alaba la educación de los niños galos y resalta la enorme brecha que existe con lo que ocurre en el otro lado del Atlántico, el modelo educativo norteamericano se ve seriamente enjuiciado. La principal razón: la permisividad.

Los franceses ceden menos y aplican horarios rígidos

Corresponsal en París de ‘The Wall Street Journal’, Druckerman asegura que su libro nace de la "envidia" que sintió al ver cómo se comportaban los hijos de sus amigas francesas. "¿Por qué mis amigas francesas nunca han tenido que dejar el teléfono corriendo porque sus hijos estaban pidiendo algo? ¿Por qué no tienen sus salones repletos de juguetes?", se preguntó y lo plasmó en su libro.

Todo comenzó durante su primera visita a la capital gala. Acompañada por su marido, de nacionalidad inglesa, y por su entonces única hija, fueron a comer a un restaurante. Se dio cuenta de que su pequeña “estaba tirando comida al suelo y portándose mal mientras que los demás niños utilizaban los cubiertos y estaban correctamente sentados”, relata en el libro la autora. Motivo, probablemente, por el que la edición británica del libro ha sido titulada French Children Don't Throw Food (Los niños franceses no tiran comida al suelo).

En sus páginas proclama la superioridad de la educación en Francia, un país donde, asegura, los padres ceden menos y aplican horarios rígidos para mandar a sus hijos a la cama. “A diferencia de los consternados padres anglosajones, los franceses logran que sus hijos coman civilizadamente en los restaurantes y jueguen mientras les controlan tomándose un café en una terraza cercana. Consiguen que los niños no utilicen sus témperas como misiles ni colonicen el salón con sus juguetes, que no tengan caprichos en el supermercado y se vayan a dormir a la cama sin rechistar”, asegura.

Los galos enseñan a sus hijos a portarse bien en sociedad

Para Druckerman, que los franceses enseñen a sus hijos a ser pacientes, que les impongan horarios estrictos de comida y sueño, y que no cedan inmediatamente a sus peticiones, son, entre otros, los por qué de su buen comportamiento. "Pronto me di cuenta de que los padres franceses habían logrado una atmósfera muy distinta en su vida familiar. Cuando nos visitaban familias estadounidenses, los padres pasaban generalmente una buena parte de su tiempo mediando en las peleas de sus hijos, ayudando a los más pequeños a andar por la cocina o tirándose al suelo para jugar a los Lego. Cuando venían familias francesas, los adultos tomaban café mientras los niños jugaban sólos, muy contentos”.

La clave del éxito, a juicio de la autora, radica en el empeño que ponen los padres franceses para educar a sus hijos: “Pasan mucho tiempo explicándoles a los niños qué cosas están permitidas y cuáles no”. La autora insiste en el hecho de que a los niños franceses se les enseña a portarse bien en sociedad. Y lo documenta con ejemplos. Asegura que en el Eurostar -el tren bala que une París con Londres en tres horas- se puede distinguir la nacionalidad de un niño sin escucharle hablar. “El que grita y corre por los pasillos con toda seguridad no es francés”.

El análisis de la periodista es que, si bien "no son perfectos", los padres franceses "tienen secretos de educación que realmente funcionan". Considera que comparten sus mismos valores -hablar con los niños, leerles libros, llevarles a clases de tenis o pintura o de visita al museo-, pero que no caen en los excesos de una educación norteamericana "al servicio constante de los niños". Druckerman señala, por ejemplo, que en los Estados Unidos las madres creen que alentar a un niño a jugar sólo es algo "medianamente importante", mientras que para las madres francesas es algo "muy importante".

Además, pone como ejemplo en el libro un estudio realizado en 2009 por economistas de la Universidad de Princeton. Compararon la tarea de criar un hijo en Columbia, Ohio y Rennes (Francia). La conclusión: las madres de EE.UU. consideran la tarea de lidiar con sus hijos el doble de ingrata que las francesas.

Los medios anglosajones 'han puesto el grito en el cielo'

Como ocurrió con el libro de su compatriota Chua, las críticas no se han hecho esperar. Un artículo en el periódico británico ‘The Observer’ sostiene que "en Francia, un niño es un hombrecito listo para ser formateado por sus padres y, sobre todo, por la escuela. Debe ser encuadrado, conformarse a un marco preciso y frecuentemente rígido que coloca a los buenos modales y a las matemáticas por encima de la creatividad y la expresión. Si un francesito hace una escena, no se le disculpa pretexto de que tiene derecho a expresarse: se le da una paliza y, si sigue, se le manda al psicólogo”.

El periódico británico sostiene también que los anglosajones que viven en Francia se ven frecuentemente "consternados por la rigidez asfixiante de las escuelas francesas, en las que aprender de memoria importa más que comprender, donde la creatividad está sujeta por el conformismo y donde lo que piensan los niños importa menos que su capacidad para expresarse en una gramática y estilo impecables".

Para Druckerman, en cambio, eso también es motivo de admiración. En las escuelas francesas, dice, a los niños se les apunta a lo fundamental: gramática, escritura y memorización, antes que a las actividades lúdicas privilegiadas por la educación anglosajona.".

Fuente: El Confidencial

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